Thursday, May 03, 2007

LOS ESTANTES VACIOS


Ignacio Molina (Entropía, 2006)
por Sol Echevarría

Los estantes vacíos es un libro compuesto por quince relatos que funcionan como quince piezas de un rompecabezas. Si bien la tapa anticipa que es una compilación de cuentos, lo cierto es que existe una marcada continuidad entre ellos. El cruce de personajes, de historias y de lugares es tal que hasta podría pensarse que se trata de una novela. Cada cuento está compuesto por diferentes fragmentos y, a la vez, cada cuento es un fragmento del libro, como si todo fuera una unidad funcional. Una unidad, por supuesto, despedazada e incompleta, que se puede leer de atrás para adelante o saltando en forma desordenada.

El cruce entre un cuento y otro está dado por los vínculos que se generan entre los personajes a causa de su deambular por la ciudad. A menudo sus vidas apenas se rozan por un instante y luego prosiguen cada una por su camino. El azar cotidiano influye en estos pequeños intercambios que hacen que la mirada del narrador zigzaguee entre distintas historias. Así, sigue los pasos de un chico que va a comprar algo al kiosco y, zás! luego vemos al chico alejarse a través de los ojos del kiosquero, quien se convierte inmediatamente en el foco del relato. En este vaivén narrativo predomina un interés fugaz y algo caprichoso gracias al cual el relato diverge constantemente.

Este desplazamiento de perspectivas produce una visión panorámica fragmentada. Una vuelta al día en ochenta mundos donde cada personaje tiene una óptica determinada y una historia particular, aunque ésta permanezca apenas esbozada. El resultado es un rompecabezas imposible, ya que nunca se puede reponer la totalidad de las historias que se narran. Hay elipsis, piezas sueltas y repeticiones. Queda una mirada desecha, similar a la que se obtiene al observar a través de un calidoscopio.

Se produce un texto espiralado en donde las historias se entrecruzan. Los nombres de los personajes ya leídos resuenan en cada cuento como un eco, a veces difícil de restablecer. Vuelven a la memoria como un chispazo, como una resonancia de algo olvidado. La errancia de los personajes es la que estructura el relato. Estos nuevos flaneurs del segundo milenio recorren la geografía concreta y bien delimitada de Buenos Aires, sobre una calle o avenida en particular. Ese hincapié en el detalle cartográfico pareciera trazar una flecha que apunta a la realidad como su blanco principal.

Los personajes son, casi todos, veinteañeros que se hunden en siestas desordenadas, conversaciones triviales y se dedican a dar vueltas por la ciudad. Por momentos parecieran incluso no decidir sobre su destino. Hay cierta inercia en la manera que tienen de desplazarse por el mundo. Se entregan al azar como si fueran pequeños autómatas. Duermen, comen, conversan, deambulan y vuelven a sus casas. Están enmarcados en una cotidianidad de quehaceres domésticos y de acciones banales, apenas atravesada por conflictos que se disparan tanto a causa de la mirada de un mozo como por una tortuga encontrada en la calle.

Se podría decir que viven en un presente absoluto de no ser por esos flashbacks que remiten constantemente al pasado de los personajes. Un pasado que rara vez se verbaliza para constituirse en un discurso. Se trata más bien de un pensamiento privado o de una reposición del narrador, pero nunca de un tema de conversación. De hecho, cuando los personajes conversan los temas que abordan también reproducen cierta trivialidad. A pesar de estar a menudo acompañados, los personajes son más bien solitarios. En su interacción con los otros se comportan casi siempre como completos extraños. Los vínculos que entablan con su entorno son endebles, parecen rotos a causa de cierto despojo emocional. Tampoco su mundo interior está del todo intacto. Las reflexiones no suelen ser profundas sino que reproducen más bien la idea de un desvarío sin epifanías.

El tedio opera como un leit motiv que recorre las páginas. Los personajes se sumergen en el lodo de su día a día, de sus insignificantes paranoias. Un interrogante nunca dicho pareciera flotar en el aire: ¿Hay algo detrás de todo eso? En los estantes vacíos el lector puede percibir la falta de algo que, efectivamente, ya no está.

En este sentido la escritura de Molina se enmarca en una tradición que podría llamarse “nadaísta”. En una entrevista el autor menciona a Raymond Carver, Enrique Wernicke, John Cheever y a Martín Rejtman. También podría agregarse a Antón Chéjov. No es que nada sucede en sus relatos, sino que lo que sucede está propuesto como nada. La repetición, el sinsentido y el tedio muestran a la vida como sueño eterno o, más bien, como pesadilla de la cual no se puede despertar.

Contrario a lo que podría esperarse en relatos de estas características, no abundan las descripciones sino que, por el contrario, predominan las acciones. En tres renglones un personaje se encuentra con un amigo, vuelve a su casa, se duerme, se despierta y sale a desayunar. Todo se sucede a gran velocidad pero todo, en algún punto, carece de importancia puesto que está condenado a la repetición. Este accionar reiterativo produce una sensación de quietud. Algo similar a lo que ocurre en una playa en la que el ir y venir constante de las olas evoca la calma del mar.

La proliferación de historias es tal que a menudo cuesta seguirle el ritmo. Los personajes están vagamente descriptos. Son figuras, casi sombras, que recorren el texto y terminan siendo prácticamente indiferenciados unos de otros. No se narra la historia de grandes héroes, tampoco la de pobres desdichados, sino que cada relato pone en escena los dramas (¿o la falta de dramas?) del hombre común.

Se trata de una simpleza monótona en la que no hay suspenso ni grandes acontecimientos. Reina una tranquilidad empalagosa. Los mismos personajes se aburren y duermen todo el tiempo. Parecieran estar hibernando, como la tortuga que irrumpe en varios de los relatos. Es más, toda la ciudad está durmiendo, su posición horizontal imita la chatura de la trama. Finalmente, cada uno de los relatos se interrumpe de pronto. No hay un desenlace marcado porque ¿cómo ponerle un fin a lo que no sucede?