Thursday, December 29, 2005

¿Cultura o espectáculo?

[por Silvina Friera, Página/12]

“A nadie le interesaba publicar estas novelas”
Tras el parto que significó llegar a la edición de sus obras, los tres autores analizan el proceso de escritura, definen al cuento como “sospechoso” y echan un vistazo a sus influencias literarias.

Tres escritores jóvenes acaban de publicar sus primeras novelas en Entropía. Sebastián Martínez Daniell, Gonzalo Castro y Romina Paula no inundaron escritorios con sus manuscritos, ansiosos por ver sus nombres y apellidos en la portada de un libro. Conscientes de que sus propuestas no encajaban en ningún molde y de que la mejor carta de presentación siempre pasa por asumir riesgos en los textos, se dedicaron a escribir y a perfeccionar sus materiales, intercambiando figuritas y funcionando, por momentos, como en un taller literario. “Nuestras novelas eran el modelo de obra que a nadie le interesa o le gusta publicar”, ironiza Martínez Daniell, como si fuera Esteban Tellier, el protagonista de Semana. “No hicimos una búsqueda exhaustiva porque sabíamos que no teníamos chances ni la más mínima permeabilidad”, confirma Castro, autor de Hidrografía doméstica. “Empecé escribiendo diálogos porque estaba muy interesada en tratar de reproducir el lenguaje oral”, dice Paula, que trabajó la estructura inicial de ¿Vos me querés a mí? con el escritor Juan Martini. En la entrevista con Página/12, los tres repasan cómo fue el proceso de escritura de sus novelas, explican por qué el cuento es un género sospechoso y cuestionado y cómo se vinculan con la tradición literaria argentina.

Obras en construcción
Ya en las primeras líneas de Hidrografía doméstica, inspirada en un fragmento de La mujer zurda, del escritor austríaco Peter Handke, Gonzalo Castro introduce al lector en el ambiente cotidiano de Chloé, una niña de once años –con percepciones tan inteligentes y desconcertantes como ingenuas– que vive sola en el fondo de la casa de sus padres. “Hace una semana que tengo miedo, y que busqué por todas partes. De todas maneras puede tratarse de un error, porque muchas veces me pasa de confundir los sentimientos. Sentir calor, y era angustia. Sentir como una opresión en el pecho, y era sueño. Por suerte puedo quedarme en la cama a analizar todo esto.” Castro, que estuvo cuatro años escribiendo esta novela, confiesa que quería encontrar un punto lo suficientemente extraño y ajeno, polarizar y cambiar de género. “La voz de una niña era algo lejano, pero después no busqué una fidelidad excesiva respecto del lenguaje que iba a manejar. Necesitaba relajarme; si intentaba producir una situación muy verosímil, iba resultar un ejercicio medio raro.” Para subrayar la subjetividad de esta niña, Castro aclara por qué utilizó la primera persona. “No podía ponerme afuera, me resultaba mucho más fluido el yo. Podía manejar más matices, el pasado, los raccontos, dispersiones o percepciones del momento que me permitían ser más caótico.”
Esteban Tellier –candidato a convertirse en un personaje paradigmático de la literatura argentina del siglo XXI– intenta reunir los pedazos sueltos de su lucidez en el lapso de una semana. “Cada día que comienza me esfuerzo por mejorar, por progresar. Recorro el escarpado camino de la autosuperación. Soy un hombre que no teme alcanzar día a día nuevas metas. Pongamos por ejemplo el tabaquismo. No me conformo con ser un adicto al cigarrillo. No me satisface sólo fumar mecánicamente sin objetivos ni perspectivas. Fumar sólo para terminar un cigarrillo y, al rato, encender otro sin un plan directriz, sin un concepto que sustente la práctica. Por el contrario, intento ser un profesional del cigarrillo. Fumar cada día más. Cada día en peores circunstancias.” Al comienzo de Semana, Martínez Daniell cuenta que se impuso una serie de restricciones muy grandes, que después fue anulando a medida que avanzaba en la novela. La única que conservó fue que no apareciera la televisión. “La tele me generaba muchos problemas porque era un universo paralelo que tiene otras reglas, y me daba miedo ponerlas en concordancia con las reglas de la pantalla para afuera. En el mundo de la novela no es que no exista la televisión; existe, sólo que no está mencionada”, explica. “La primera persona viene de cierta desmesura en la forma de percibir el entorno que tiene el protagonista. Yo prefería que la ambigüedad de esa desmesura quedase en manos del que está leyendo. En la novela en primera persona es más claro que la versión de lo que está sucediendo, es única y no hay posibilidad de contrastarla con otra”, plantea el autor de Semana. Mientras que en tercera persona el narrador tiene un efecto de verosimilitud mayor. Si este hombre me está contando las cosas desde un punto de vista externo, ¿por qué no le voy a creer? La primera persona crea más desconfianza, ¿por qué es tan desmesurada la reacción de este hombre?, ¿qué es realmente lo que está viendo?”
“Quiero que lo que escribo se parezca al lenguaje oral”, señala Romina Paula. Y ¿Vos me querés a mí? atrapa al lector en esa red de diálogos y monólogos dislocados de Inesia o “la rumana”. “Pero en un momento me puse a pensar y como que me colgué, porque es algo que me pasa siempre, y ya sé cuándo me empieza a pasar, me doy cuenta y no quiero que me pase, viene y ya sé, es una sensación que ya conozco y trato de combatirla y bueno, en eso estoy, y no es algo de lo que vos te tengas que hacer cargo, es algo más mío en realidad, pero es como que me miro de afuera y me pregunto ‘¿pero está bien esto que estoy haciendo?’. Me pasa que me pregunto sin querer si la situación en la que estoy es en la que quiero estar en realidad y bueno, como que después llego a conclusiones, tomo decisiones, no digo que esté bien, pero no puedo evitarlo, me vienen y bueno, como que el otro día me quedé pensando y la cosa es que pensé que no sé si quiero estar de novia. ¿Se entiende?” Paula señala que no sabía si esos diálogos tenían algún valor y qué iba a hacer con esos textos. “Las correcciones finales son muy molestas; esa es para mí la parte aburrida, trabajosa y molesta. Por suerte, ellos se ocuparon de hacerlo mucho más agradable”, subraya, señalando a Castro y Martínez Daniell. “La leyeron, la comentaron y me hicieron sugerencias, y eso me ayudó porque llega un momento en que el material te lima y no lo querés ver ni leer más.”

La insoportable levedad del cuento
En un país con raíces profundas en el cuento y los textos breves –Eduardo Wilde, Quiroga, Arlt, Borges, Daniel Moyano, Silvina Ocampo, Juan José Hernández, Bernardo Kordon, Hebe Uhart, Alicia Steimberg, Ana María Shua y Luisa Valenzuela, entre otros–, no es un dato menor que estos jóvenes que nacieron durante la década del ’70 sientan que se mueven como peces en el agua de la novela. ¿Es un rechazo estético generacional o es, quizás, el mercado que ha canonizado un género y olvidado o relegado al cuento? “En general, tengo dificultades para leer cuentos”, admite Castro. “Hay ciertos efectos que se producen en los relatos clásicos que me llevan a sospechar que hay dos o tres elementos que se van a conjugar: El clásico si aparece un revólver, tiene que usarlo. La eficacia narrativa me repele, siento el artificio, cuanto mejor imbricado y más eficiente ese procedimiento, más lo rechazo. Prefiero cierta disolución natural de la realidad interna de una novela a la cuestión concentrada del cuento.” El autor de Hidrografía doméstica opina que esta sospecha no es un fenómeno local. “Me parece que el cuento es un género que está cuestionado universalmente.” Paula advierte que hay cuentistas que manejan estructuras similares a la de la novela. “Pienso en Carver –ejemplifica–, que genera mundos y que cada cuento es como un universo. Las sensaciones Carver o Quiroga son repotentes, ahí sí entro y me gustan.” Martínez Daniell, en cambio, añade un matiz. “El cuento como mecanismo me sigue resultando eficaz como lector. Como autor, tengo la necesidad de escribir novelas, necesito más márgenes hacia los costados, y tuve la vanidad de pensar que la voz de Tellier y su historia no se agotaba en quince páginas, que podía seguir funcionando hacia delante.”

Los fantasmas de la tradición
Las influencias literarias son como el talón de Aquiles, un punto débil, molesto y complejo. “La literatura consagrada me deprime, no me da ganas de escribir”, dispara la autora de ¿Vos me querés a mí?. “Me gusta leer cosas más imperfectas, donde de repente hay destellos de genialidad más a mano. A mí la idea de lo literario me aburre... esos escritores que están muy recargados me dejan afuera.” Sin embargo, Paula menciona al escritor que más influencia ejerció a la hora de escribir su novela. “Manuel Puig para mí es lo más, lo más de lo más.” Castro elige a dos referentes japoneses, Murakami e Ishiguro. “La literatura japonesa me vino bien para compensar mis inclinaciones nabokovianas”, sugiere el autor de Hidrografía doméstica.
–¿Y por estos pagos qué influencias reconocen?
Gonzalo Castro: –Aira no funciona; quizá le juega en contra que a la crítica le gusta tanto hablar de Aira y de lo fabuloso que es. Me pasa lo mismo que con Calamaro en la música. Calamaro produce 200 canciones, pero cinco son geniales y tienen la autonomía de funcionar. En cambio hay que buscar dentro de las novelas de Aira esos momentos geniales. Sé que la literatura argentina es un déficit mío.
Sebastián Martínez Daniell: –No sé si uno termina de entender bien cómo influye lo que lee en su escritura. Uno puede renegar de la tradición literaria argentina, pero al renegar también se vincula con ella. No encuentro referencias directas en la literatura argentina, pero no sé si no se está colando por otro lado. Quizás es algo fantasmal que está ahí y uno está dialogando con esa tradición, aunque no se sienta parte de ella.

Tuesday, December 20, 2005

IYPY Award

El British Council y la Cámara Argentina de Publicaciones seleccionarán un candidato argentino para el International Young Publisher of the Year Award.

Perfil del candidato
El candidato deberá cumplir los siguientes requisitos:

• Preferiblemente entre 25 y 35 años;
• Estar trabajando en la industria del libro en Argentina en relación de dependencia o part-time;
• Demostrar a través de su personalidad, empuje y habilidades la posibilidad de ser un futuro líder del sector editorial en Argentina.

El candidato no podrá ser primordialmente un académico, escritor, autor o poeta ya que existen otras distinciones para esos sectores.

Proceso de selección en Argentina
El proceso de selección para el candidato argentino se llevará a cabo en tres etapas:

1. Aquellos interesados en participar deberán completar el formulario adjunto y enviarlo por e-mail al British Council a la siguiente dirección: ignacio.aguilo@britishcouncil.org.ar. Para ser considerado, el formulario deberá llegar antes de las 17.00 horas del día martes 13 de diciembre de 2005.
2. Entre el 14 y 20 de diciembre se entrevistarán a los candidatos preseleccionados. Parte de la entrevista será en inglés.
3. El nombre del candidato argentino seleccionado será anunciado el día 21 de diciembre de 2005.

Programa de actividades en el Reino Unido
El candidato argentino seleccionado deberá viajar al Reino Unido para la selección final. Este programa cubre los costos del viaje (pasaje aéreo en clase turista, alojamiento, comidas y traslados) y su participación en las actividades mencionadas a continuación:

• 25 de febrero al 4 de marzo de 2006: programa de visitas a empresas, instituciones y organizaciones relacionadas a la industria del libro en el Reino Unido;
• 5 al 7 de marzo de 2006: selección final del International Young Publisher of the Year en base a una presentación en inglés sobre la industria editorial en Argentina, recepción de bienvenida y visita a la London Book Fair.
• 8 de marzo de 2006: recepción para los candidatos en el British Council en Londres.
• El candidato argentino seleccionado tendrá la posibilidad de presentar un libro en la London Book Fair.

International Young Publisher of the Year Award
El merecedor de esta distinción será seleccionado en Londres y el premio estará directamente relacionado a las necesidades del ganador y a construir vínculos entre la industria editorial de su país y el Reino Unido. El valor de la distinción ronda las £7,500. Asimismo, el ganador tendrá un stand en la London Book Fair en 2007.

Información
Podrá encontrar más información sobre este programa en http://www.britishcouncil.org/arts-literature-iypy-2006.htm
Ante cualquier duda, le rogamos se contacte con el British Council al (011) 4311 9814 o ignacio.aguilo@britishcouncil.org.ar . También podremos brindarle información a través de nuestro servicio de información online, al cual podrá acceder desde nuestro home page en www.britishcouncil.org.ar

Monday, December 19, 2005

Basura pura

A mi madre le gustan las mujeres (Inés París y Daniela Fejerman)
Adictos al sexo (John Waters)
Adiós, querida luna (Fernando Spiner)
Adulterio (John Curran)
Agua turbia (Walter Salles)
Al caer la noche (Brett Ratner)
Alejandro Magno (Oliver Stone)
... al fin, el mar (Jorge Dyszel)
Amarelo Manga (Claudio Assis)
Amor eterno (Jean Pierre Jeunet)
Antes que termine el día (Gil Junger)
Azul extremo (John Stockwell)
Bajo amenaza (Florent Siri)
Batman inicia (Christopher Nolan)
Bloqueo, la guerra contra Cuba (Daniel Desaloms)
Bob Esponja, la película (Stephen Hillenburg Sherm Cohen )
Boogeyman - El hombre de la bolsa (Stephen T. Kay)
Buenos Aires 100 km. (José Pablo Meza)
Buscando a Reynolds (Néstor Frenkel)
Cachimba (Silvio Caiozzi)
Cama adentro (Jorge Gaggero)
Caminos a Koktebel (Boris Khlebnikov - Alexei Popogrebsky)
Cantata de las cosas solas (Guillermo Behnisch)
Cargo de conciencia (Emilio Vieyra)
Cautiva (Gastón Birabén)
Chagas, un mal escondido (Ricardo Preve)
Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton)
Chicken Little (Mark Dindal)
Cielo Azul, Cielo Negro (Paula de Luque / Sabrina Farji)
Clean (Olivier Assayas)
Clon (Alejandro Hartmann)
Closer, llevados por el deseo (Miker Nichols)
Código 46 (Michael Winterbottom)
Como pasan las horas (Inés de Oliveira Cézar)
Como un avión estrellado (Ezequiel Acuña)
Como una imagen (Agnès Jaoui)
Conociendo a Julia (István Szabó)
Constantine (Francis Lawrence)
Contra la pared (Fatih Akin)
Creep (Christopher Smith)
Crimen ferpecto (Alex de la Iglesia)
Cruzada (Ridley Scott)
Cuando los santos vienen marchando (Andrés Habegger)
Cuatro hermanos (John Singleton)
Danny the Dog (Louis Leterrier)
Dar de nuevo (Atilio Perin)
Dark Water (Hideo Nakata)
De-Lovely (Irwin Winkler)
Descubriendo el país del nunca jamás (Marc Forster)
Después de medianoche (Davide Ferrario)
Dí buen día a papá (Fernando Vargas Villazón)
Días de furia (Niels Mueller)
Doom, la puerta del infierno (Andrzej Bartkowiak)
2046-Los secretos del amor (Wong Kar-wai)
El aura (Fabián Bielinsky)
El aviador (Martin Scorsese)
El cadaver de la novia (Tim Burton)
El departamento (P. McGuigan)
El diario de la princesa 2 (Garry Marshall)
El exorcismo de Emily Rose (Scott Derrickson)
El fantasma de la ópera (Joel Schumacher)
El gran gato (Ventura Pons)
El grito (Takashi Shimizu)
El hijo de Chucky (Don Mancini)
El hijo de la máscara (Lawrence Guterman)
El hombre del bosque (Nicole Kassell)
El jardín de las Hespérides (Patricia Martín García)
El jardinero fiel (Fernando Meirelles)
El juego del miedo (James Wan)
El Lobo (Miguel Courtois)
El luchador (Ron Howard)
El mercader de Venecia (Michael Radford)
El muelle (Olivier Marchal)
El noveno día (Volker Schlöndorff)
El ojo (Oxide Pang - Danny Pang)
El secreto de Vera Drake (Mike Leigh)
El sur de una pasión (Cristina Fasulino)
El transportador 2 (L. Leterrier)
El viaje hacia el mar (Guillermo Casanova)
El viaje inolvidable (Tony Gatlif)
El viento (Eduardo Mignona)
Elektra (Rob Bowman)
Elsa y Fred (Marcos Carnevale)
En buena compañía (Paul Weitz)
En la ciudad (Cesc Gay)
En sus zapatos (Curtis Hanson)
Entre copas (Alexander Payne)
Esas cuatro notas (Rafael Filipelli)
Espanglish (James L. Brooks)
Espejo para cuando me pruebe el smoking (Alejandro Fernández Mouján)
Geminis (Albertina Carri)
Gente de Roma (Ettore Scola)
Gol! (D. Cannon)
Golpe de suerte (Wayne Kramer)
Grissinopoli (Darío Doria)
Guardianes de la noche (Timur Bekmambetov)
Guerra de los mundos (Steven Spielberg)
H.I.J.O.S., el alma en dos (Carmen Guarini y Marcelo Céspedes)
Habana Blues (Benito Zambrano)
Habitación disponible (Eva Poncet, Marcelo Burd y Diego Gachassin)
Habitaciones para turistas (Adrián García Bogliano)
Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell)
Hechizada (Nora Ephron)
Herbie: a toda marcha (Angela Robinson)
Hermanas (Julia Solomonoff)
Hitch: Especialista en seducción (Andy Tennant)
Iluminados por el fuego (Tristán Bauer)
Imposible (Cristián Pauls)
Inconscientes (Joaquin Oristrell)
Innocence (Lucile Hadzihalilovic)
Kasbah (Mariano Barroso)
Kinsey, el científico del sexo (Bill Condon)
Kung Fusion (Stephen Chow)
La balada de Jack y Rose (Rebecca Miller)
La caída (Olivier Hirschbiegel)
La casa de Cera (Jaume Collet-Serra)
La casa de las dagas voladoras (Zhang Yimou)
La ciudad del pecado (Frank Miller y Robert Rodriguez)
La cueva (Bruce Huny)
La dama de honor (Claude Chabrol)
La dignidad de los nadies (Fernando Solanas)
La dueña de la historia (Daniel Filho)
La esperanza (Francisco D'Intino)
La esposa del buen abogado (Im Sang-soo)
La gran seducción (Jean-François Pouliot)
La guerra de las galaxias. Episodio III: la venganza de los Sith (George Lucas)
La intérprete (Sydney Pollack)
La isla (Michael Bay)
La leyenda del tesoro perdido (John Turteltaub)
La leyenda del zorro (Martin Campbell)
La llamada 2 (Hideo Nakata)
La llave maestra (Iain Softley)
La marca de la bestia (Wes Craven)
La Masacre de Texas (Marcus Nispel)
La nueva gran estafa (Steven Soderbergh)
La sal de la vida (Tassos Boulmetis)
La secretaria de Hitler (André Heller y Othmar Schmiderer)
La suerte está echada (Sebastián Borensztein)
La trama de la vida (Eléonore Faucher)
La ventana de enfrente (Ferzan Ozpetek)
La vereda de la sombra (Gustavo Alonso)
La vida acuática (Wes Anderson)
La vida es un milagro (Emir Kusturica)
La vida por Perón (Sergio Bellotti)
Las aventuras del niño tiburón y la niña de fuego 3D (Robert Rodriguez)
Lazos de familia (Jason Roberts)
Legado de violencia (David Gordon Green)
Lemony Snicket: una serie de eventos desafortunados (Brad Silberling)
Locos de la bandera (Julio Cardoso)
Los coristas (Christophe Barratier)
Los cuatro fantásticos (Tim Story)
Los edukadores (Heinz Weingartner)
Los Fockers - La familia de mi esposo (Jay Roach)
Los rompebodas (David Dobkin)
Luces rojas (Cédric Kahn)
Machuca (Andrés Wood)
Madagascar (Eric Darnell y Tom McGrath)
Mar abierto (Chris Kentis)
Mar adentro (Alejandro Amenábar)
Más allá de la muerte (Omar Naim)
Masacre en la cárcel 13 (Jean François Richet)
Maten a Perón (Fernando Musante)
Melinda y Melinda (Woody Allen)
Mente siniestra (John Polson)
Meykinoff (Carmen Guarini)
1420, la aventura de educar (Raúl Tosso)
Milena baila el tango... con Ezequiel Farfaro (Rodrigo Peiretti)
Million Dollar Baby (Clint Eastwood)
Millones (Danny Boyle)
Miss Simpatía 2 (John Pasquin)
Missionnaire (Fernando Nogueira)
Modelo 73 (Rodrigo Moscoso)
Muy parecido al amor (Nigel Cole)
Nietos, identidad y memoria (Benjamín Avila)
Niñera a prueba de balas (Adam Shankman)
No tan nuestras (Ramiro Longo)
Ocho años después (Raúl Perrone)
Oldboy, cinco días para vengarse (Park Chan-wook)
Oro nazi en Argentina (Rolo Pereyra)
Otra vuelta (S. Palavecino)
Paco Urondo, la palabra justa (Daniel Desaloms)
Papá se volvió loco!! (Rodolfo Ledo)
Pepe Núñez, luthier. El oficio de vivir (Fermín Rivera)
Piratas en el Pacífico (Eduardo Schuldt)
Plan de vuelo (Robert Schwentke)
Planta 4º (Antonio Mercero)
Plástico cruel (Daniel Ritto)
Polígono Sur (Dominique Abel)
Pyme (sitiados) (Alejandro Malowicki)
Querido Frankie (Shona Auerback)
Raul Sendic, tupamaro (Alejandro Dominguez)
Ray (Taylor Hackford)
Rayas, una cebra veloz (Frederick Du Chau)
Reencarnación (Jonathan Glazer)
Robots (Chris Wedge - Carlos Saldanha)
Ronda nocturna (Edgardo Cozarinsky)
Rosas rojas... Rojas (Carlos Martínez)
Sahara (Breck Eisner)
¡Salvados! (Brian Dannelly)
Santa Liberdade (Margarita Ledo Andión)
Se busca pareja (Gary David Goldberg)
Sed, invasión gota a gota (Mausi Martínez)
Seres queridos (Teresa de Pelegri / Dominic Harari)
Sólo un ángel (Horacio Maldonado)
Sr. y Sra. Smith (Doug Liman)
Stealth, la amenaza invisible (Rob Cohen)
Super escuela de héroes (Mike Mitchell)
Super Size Me (Morgan Spurlock)
Tango, un giro extraño (Mercedes García Guevara)
Tatuado (Eduardo Raspo)
Terror en Amityville (Andrew Douglas)
The company (Robert Altman)
Tico Tico (Marcelo Domizi)
Tiempo de valientes (Damián Szifron)
Tiempo de volver (Zach Braff)
Tierra de los muertos (George A. Romero)
Todo sucede en Elizabethtown (Cameron Crowe)
Tómalo con calma (F. Gary Gray)
Un año sin amor (Anahí Berneri)
Un buda (Diego Rafecas)
Un loco de amor (Sergio Castellitto)
Un minuto de silencio (Roberto Maiocco)
Un Santa no tan santo (Terry Zwigoff)
Una historia violenta (David Cronenberg)
Una mujer infiel (Tod Williams)
Una suegra de cuidado (Robert Luketic)
Una vida iluminada (Liev Schreiber)
Vanidad (Mira Nair)
Vereda tropical (Javier Torre)
Vida en falcon (Jorge Gaggero)
Vida en Marte (Néstor Frenkel)
Vida en pareja (François Ozon)
Vidas cruzadas (Paul Haggis)
Virgen a los 40 (Judd Apatow)
Voces del más allá (Geoffrey Sax)
Voces inocentes (Luis Mandoki)
Vuelo Nocturno (Wes Craven)
Wallace y Gromit. La batalla de los vegetales (Nick Park)
Whisky (Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll)
Whisky Romeo Zulu (Enrique Piñeyro)
Winnie Pooh y el pequeño efelante (Frank Nissen)
XXX 2: estado de emergencia (Lee Tamahori)
Yesterday (Darrell Roodt)
Zatoichi (Takeshi Kitano)

Thursday, December 08, 2005

Prólogo a "Querida familia" (Tomo 1)

[por Graciela Goldchluk]

El viernes 27 de julio de 1956, a los veintitrés años, Manuel Puig deja el puerto de Buenos Aires en un barco que lo llevaría a Roma con una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Durante la separación, que durará seis años con un intervalo durante 1960, Manuel escribe cartas a su familia firmadas con el apodo Coco. Cada nuevo viaje da origen a una correspondencia asidua y a través de su seguimiento, los lectores de Puig podremos acceder por primera vez a un relato sostenido por un único narrador. Como podría suceder en una novela, o como una película que va siguiendo los avatares de una vida entroncada con la Historia, este relato cambia de escenarios y a cada uno de ellos le corresponderá un Manuel Puig diferente, aun cuando sea el mismo. De ese modo el libro se presenta en tres partes: Cartas europeas (1956-1962), donde Coco se convierte en escritor; Cartas de New York (1963-1967), donde es un escritor que desea ser publicado; y Desde Río de Janeiro (1980-1983), donde la firma pertenece ya al escritor Manuel Puig. Este primer volumen recoge las cartas europeas.
Desde que hace escala en Montevideo hasta que regresa por segunda vez a Buenos Aires, Manuel envía a su familia ciento setenta y dos cartas. En ellas se cuenta una novela de iniciación: los trabajos y los días se suceden entre Roma, París, Londres y Estocolmo, mientras el viajero va en busca de un tesoro que, como en el cuento, estaba enterrado en el jardín de su casa. En cada uno de los envíos asoma la maestría narrativa de Puig. Sin la presión que tendrá años más tarde como escritor, con un público cautivo formado por sus padres y su hermano, sabedor de que esos lectores esperan con ansia las entregas semanales, este narrador tiende a construir un relato que resulte, ante todo, interesante. Los sobreentendidos familiares no entorpecen el fluir de la historia; Coco abunda en detalles, pero se preocupa por ubicar la acción en el conjunto de los acontecimientos. Al mismo tiempo, y éste es un legado que pasará a la literatura, las cartas sostienen una conversación que durará seis años.
Para los lectores de Manuel Puig, las cartas que Coco envía a su familia cuentan, además, varias historias en las que es posible rastrear la construcción anticipada de una imagen de escritor.
Una de ellas es la del turista de clase media. La primera preocupación del viajero será hacer rendir su dinero sin perder ninguna función de cine o de teatro. En esta historia todo cuenta, desde el lavado de las camisas hasta las galletitas, lo que se gasta y lo que se gana. Todo se acomoda en función de una única necesidad, acaso un impulso irrefrenable al que cede en la primera escala del barco, Montevideo: Me di una gran vuelta en tranvía y trolley y después no aguanté la tentación de ver “Locura de verano”, con K. Hepburn. Muy linda, pero me cayó mal pues es toda de despedidas. Al mes de llegar a Roma, Manuel comienza a dar clases particulares de inglés y francés, y a los seis meses, con la ayuda de su amigo Mario Fenelli, consigue sus primeras traducciones de guiones y subtitulado de películas. Con el tiempo, intentos para obtener nuevas becas, trabajos diversos y formas de ahorro en comida o ropa aparecen ligados a la posibilidad de permanecer más tiempo en París, conocer otros lugares o reponer lo gastado en entradas de teatro y cines de estreno, que son carísimas: Vi a Ingrid en “Té y simpatía”, tercera fila de platea (no me pregunten el precio), una gracia bárbara pero molesta el esfuerzo que hace con el idioma.
Otra historia es la del políglota. Puig viaja a Europa con diplomas en lengua y literatura inglesa, francesa e italiana. Este capital cultural, que él se preocupa por acrecentar estudiando alemán, le garantiza el acceso al mundo del cine europeo. El dominio de idiomas funciona efectivamente en el momento de conseguir trabajo, pero no es menos importante para ver películas en su lengua original y para desenvolverse en diferentes ambientes, hacer amigos y atravesar fronteras. Cuando visite Grecia comentará: Por primera vez me encontraba en un lugar sin entender nada. En Estocolmo permanece unos meses y se dirige en peregrinación a la casa donde había vivido Greta Garbo: Una casa de departamentos pobrísima y tétrica en el barrio más deprimente de Estocolmo. Barbuté algunas palabras en sueco (!!!) con unas viejitas vecinas que la conocían. El pasaje de una lengua a otra es una marca presente en la literatura de Puig, quien llega a escribir directamente en inglés, portugués e italiano. Pero más que la adquisición de la escritura en otro idioma, lo que se percibe en esta etapa es la desnaturalización de la propia lengua, la conciencia de la “prótesis de origen”. Puig se sentirá extranjero en todos los idiomas. El italiano con el que se comunica en Roma proviene de un Instituto; las cartas, en cambio, están plagadas de expresiones del dialecto rural que se hablaba en la zona de Parma-Piacenza, transmitido a través de la rama materna de la familia, los Delledonne. A pesar de esa desventaja, los primeros diálogos que escribe para sus clases de guión revelan una maestría que provocará cierto resquemor entre sus compañeros italianos frente a este sudamericano que habla con acento. El primer intento consciente de escritura se concreta en los guiones Ball Cancelled y Summer Indoors, en un inglés con registro de traducción. Sin embargo, la insatisfacción que producen no se relaciona con el dominio del idioma, sino con la falta de sinceridad que subyace en un producto pensado para conformar al ilusorio mercado cinematográfico. Cuando Puig ensaya el español, la lengua de traducción con la que trabaja en el subtitulado de películas, es porque en La tajada se decide a contar la historia de una corista que quiere ser actriz, que quiere ser fina, y que asciende con el peronismo. La evolución del lenguaje que puede rastrearse al comparar el idioma que Puig usa en las cartas con la escritura de su guión La tajada, y más tarde con las diferentes versiones hasta llegar a la definitiva de La traición de Rita Hayworth, muestra una sucesiva despersonalización. Ese lenguaje no es de nadie, no se posee sino que se usa. La artificiosidad máxima da por resultado una lengua que parece hablarse sola al mismo tiempo que se desvanece sin dejar huella. Nadie sabe cómo o dónde habla el autor, aunque sepamos cómo lo hacen sus personajes (la frase es de Onetti y transmite una molestia que es a la vez uno de los mayores elogios hacia la literatura de Puig). Afuera del país pero no exiliado, de viaje por Europa pero no de paseo, extranjero en todas las lenguas, Manuel Puig opera de manera inversa al escritor erudito que delimita un idiolecto preciso, inalienable, que cultiva el jardín de un idioma al cual podrá volver siempre como una patria. Si persigue una forma es aquella que lo llevará a las multitudes por el camino de la alienación. En ese camino inventa una literatura, pero esa literatura no está en el lenguaje.
Otras historias van dibujando una imagen a contrapelo de la que el propio Puig construyó en sus reportajes y a través de su obra. La tan famosa fascinación por Hollywood puede tambalear frente a la afirmación de Coco, desde Londres: Me tengo que conformar con todas las americanadas porque no hay cine francés o italiano, muy poco y cortado. A ésta se pueden sumar críticas a Hitchcock, von Sternberg o Douglas Sirk, cuya presencia en la narrativa de Puig es indudable. El catálogo que se abre con la correspondencia, y que incluye la mención de casi cuatrocientas películas diferentes en estos primeros años, además de las obras de teatro y óperas, permite matizar muchas de las afirmaciones de la crítica. Las cartas son para la familia, pero a la vez sostienen un diálogo hecho de guiños, acuerdos y viejas discusiones cinematográficas con un interlocutor privilegiado y experto: su madre. Coco comenta las películas y las obras de teatro que ve, pero también usa los títulos como una contraseña. Es habitual que al nombrar a una actriz haga referencia a uno o varios trabajos anteriores, y casi inevitable que el apellido de un director esté seguido de varios títulos de películas entre paréntesis a modo de ubicación, pero también de complicidad en el recuerdo. Como buen conocedor, distingue una “americanada” de una buena película de Hollywood, sostiene sus opiniones acerca de directores italianos, ingleses, franceses, alemanes, japoneses, y se preocupa por ver cine hindú y soviético. Con el tiempo, Manuel Puig usará todo lo aprendido en el cine y se distanciará de la mirada de sus años de formación.
El catálogo incluye también algunos libros. A los pocos meses de llegar a Roma, escribe a su familia: Bueno, me estoy helando, escribo sobre la tapa de un libro de Colette: “Mitsou”, muy lindo, sobre los entretelones del music hall. Se me dio por Colette, de la misma Biblioteca (la francesa) saqué “La retraite sentimentale”, precioso. Ocasionalmente, Manuel incluye comentarios y recomendaciones de libros que ha leído en las bibliotecas públicas de Roma, París o Estocolmo. Sus observaciones distan mucho de las que se esperan de un escritor, y la selección no parece orientada a la literatura. Sin embargo, en abril de 1962 aparece esta frase: Leí “La luna e i falò” de Pavese, bastante interesante, tiene cosas muy hermosas, sobre todo me gustó cuando habla de un italiano que vive en USA. Leí también una novela beatnik “The Subterraneans”, un plato, pero por lo menos refleja algo moderno. Un mes más tarde nos enteraremos de que para ese momento estaba comenzando a escribir su primera novela. Las cartas nos obligan entonces a pensar una vez más la imagen de escritor más difundida y cultivada por Puig: el mito del escritor iletrado. Es inevitable advertir que la lectura fue una actividad presente en la vida de Puig, pero no lo fue del mismo modo la compra de libros: pagar la entrada al cine o la cuota de la biblioteca le aseguraban el consumo de bienes culturales tan diversos como intercambiables. Esta modalidad no pudo menos que inquietar a una clase intelectual acostumbrada al retrato del escritor con su biblioteca personal de fondo, como garantía de la posesión de un saber cierto. En cambio, quienes visitan a Puig se encuentran con un televisor y una colección de películas. La posibilidad de intercambio tuvo un comienzo en la infancia. En los altos del cine Español de General Villegas, donde Coco iba todos los días con su madre, funcionó entre 1935 y 1950 la Biblioteca Municipal. Una escalera de madera –que el niño Juan Manuel Puig subía y bajaba con frecuencia– comunicaba los dos únicos lugares del pueblo donde la realidad se volvía verdadera. Con el tiempo, el escritor recordó que la biblioteca puede quedar en el cine, que tal vez sea la Enciclopedia de la modernidad.
Las cartas europeas cuentan una novela de iniciación. Cómo Coco se convierte en Manuel Puig (una operación que va de la firma de la carta al remitente del sobre), o cómo Manuel Puig convierte a Coco en Toto, y a Male en Mita. Al terminar el ciclo la metamorfosis se ha consumado: Prepárense: llego muy mal de cara pero muy feliz, he pasado un año y medio de maravilla y enloquecido con los frutos de esta estadía!!!

Catálogo

Friday, December 02, 2005

Los estantes vacios

[El futuro]

A un ciego que vende en el colectivo, Maite le compra un collar de fantasía por cincuenta centavos. Camino a su casa, por veredas de Villa Urquiza, juega entre sus dedos con el dije.
Una hora después, mientras habla por teléfono con Daniela, escucha que su padre la llama desde el aparato de la planta baja. Maite se despide y cuelga, recorre la escalera, la cocina y el pasillo. Ve la habitación en penumbras, cierra la puerta y se sienta en un borde de la cama matrimonial.
A los quince minutos, de vuelta en el pasillo, toca el dije recordando el momento en que lo compró. En la cocina se cruza con su hermana, la mira sin decir nada y sube los escalones que la llevan a su cuarto.
No baja al comedor cuando la llaman a cenar. Se queda despierta toda la noche y a las siete menos veinte, antes de que los vidrios dejen de reflejar imágenes, se prueba el collar frente a la ventana.
Media hora después, al oír ruidos en la cocina, se pone las medias y baja la escalera. Andrea, que ya tiene puesto el guardapolvo blanco sobre el equipo de gimnasia, saca de la mochila la carpeta que no necesita y la mete en un cajón. Maite le besa la frente, le saca una gomita de la muñeca y le hace una cola en el pelo.
Las hermanas desayunan café con tostadas sin hablar hasta que oyen el ruido de un motor y dos bocinazos. Andrea camina hasta el baño, se lava los dientes y, de vuelta en la cocina, le dice a su hermana:
–Ya te dijeron, ¿no?, que van a vender la casa y nos vamos a vivir con mamá... Viste que siempre se quedaban acá después de comer. Estaban hablando de eso.
Cuando Maite le responde con la cabeza, Andrea se acomoda las correas de la mochila y camina hacia la puerta de calle.


Silvana y Eduardo, los padres de las chicas, siguen durmiendo en la misma cama hasta ese viernes a la noche, cuando la mujer se muda al cuarto del televisor. El sábado a la mañana Andrea les pregunta si se pelearon, y su madre le dice que se cambió de pieza porque la estaban matando los mosquitos.
Aunque sabe que por el momento no podrá mudarse, en la semana que sigue Silvana recorre departamentos en venta e inmobiliarias. Un par de esos días la acompaña su hija mayor, que aprovecha para conocer nuevos barrios y que siempre encuentra algún defecto (mala ubicación, poca luz, ambientes chicos, sensación de encierro, humedad en las paredes). Aunque le da la razón en casi todos los casos, Silvana le dice que ya no está en condiciones de ponerse “en exquisita”.
Como no trabaja y estudia cada vez menos, Maite tiene demasiado tiempo para hacerse preguntas y pensar en el futuro. Una noche, mientras espera al colectivo que la llevará al cumpleaños de una ex compañera de la primaria, ve pegado en un poste de luz el anuncio de un instituto de yoga. A los tres días, cuando logra convencer a Daniela de ir a inscribirse, vuelve para fijarse la dirección pero ve que esa publicidad fue cubierta por la de un taller literario.
Una de esas tardes, en el momento en que Andrea abre las canillas de la ducha, toca el timbre de la casa una pareja de recién casados. Vienen de la inmobiliaria con intenciones de comprar. Maite los recibe, les muestra el living, la cocina, el baño de servicio y las habitaciones.
–Nos dijeron que había un baño más grande –dice la mujer.
–Sí, por allá –señala Maite–, pero está ocupado ahora.
La pareja espera con impaciencia, fumando en el pasillo, y en un momento el hombre dice en voz baja que la persona que está en el baño se debe haber desmayado. Maite les dice que la casa todavía está en movimiento, y después, cuando ellos no pueden esperar más y se despiden, no sabe si insultarlos o ponerse contenta.


Cómo aumenta la temperatura cuanto más nos acercamos al verano, se asombra Maite camino a su casa, pero enseguida piensa que en realidad eso es lo más lógico del mundo y que lo inverso podría desencadenar una catástrofe.
Cuando ve a su hermana bajar de un auto, con el guardapolvo hecho un bollo en uno de sus puños, piensa que el mes que viene cumplirá dos años de egresada y que sería bueno celebrarlo. A la noche le comenta su plan a Daniela y entre las dos fijan la hora y el lugar de la reunión. Al día siguiente, con la ayuda de Vicky Bartolomei, una chica que vive en el barrio y que conserva los números de todos sus ex compañeros –incluso de los menos populares–, organizan una cadena telefónica.
La familia Pastorino sigue viviendo bajo un mismo techo hasta finales de noviembre, cuando sorpresivamente avisan desde la inmobiliaria que apareció un comprador. Con el dinero que le corresponde Eduardo compra un dos ambientes a estrenar en el barrio de Las Cañitas, entre Palermo y Belgrano. Silvana se muda con su hija menor a lo de su madre y casi todos los días, después del trabajo, recorre departamentos.
Maite se aloja en lo de los Conti, adonde también va, hasta que se concrete la mudanza, la mayoría de las cajas embaladas con libros y vajilla. Por las noches de esa transición, antes de irse a dormir y desde la ventana de Daniela –en el quinto piso del único edificio de la cuadra– Maite mira hacia la manzana de enfrente: la terraza oscura y la luz brillando en el que fue su dormitorio. Después levanta la cabeza, mira la línea despareja del horizonte y trata de imaginar el futuro.


Una semana después, cansada de lugares comunes, Maite abandona el taller literario y deja sola a Daniela, que sigue yendo sólo porque el Centro Cultural es el único lugar en donde puede ver a Rodrigo.
El segundo sábado de diciembre, a las nueve y media de la noche, las chicas llegan juntas a la Farola de Cabildo y al rato ven aparecer a Victoria Mosegui, una de las menos populares entre sus ex compañeras. La saludan y le dan charla con afecto fingido, y Victoria se muestra muy agradecida.
Cuarenta minutos más tarde, mientras todos comen pizza sentados a una larga mesa, Maite deja de conversar y logra abstraerse. Mira la escena como si la estuviera viendo por televisión. Escucha las voces, primero distinguiéndolas y después como un solo murmullo lejano, y llega a la conclusión de que las personas siempre hablan de lo mismo.
Antes, durante y luego de la sobremesa, dentro y fuera de La Farola, los grupos van intercambiando sus integrantes y repitiendo los temas: estudios, trabajos, noviazgos, política, proyectos, separaciones, mudanzas...


Silvana consigue a buen precio un lugar donde vivir (un PH de tres ambientes en la calle Bahía Blanca) y a la semana siguiente parten, desde Las Cañitas y Villa Urquiza, dos camiones hacia Floresta: uno transporta muebles; el otro, vajilla, libros y ropa.
Después de sortear con su hermana el ropero que usará cada una, Maite se fija si hay tono en el teléfono y marca el número de Daniela.
–El techo es altísimo, un pasillo angosto la entrada, todo con un poco de olor a pis de gato –intenta describirle.
Daniela anota la dirección, y unas horas más tarde, recorriendo los ambientes del PH, le cuenta que acaba de abandonar el taller literario porque ya logró intercambiar teléfonos con Rodrigo.
En los días que siguen, ninguna de las tres mujeres de la familia –o de las dos mujeres y la nena– logra adaptarse a la situación. Cada vez que sale de algún lugar, Maite piensa instintivamente en las líneas de colectivos que pasan por Urquiza. Andrea le pide por favor a su madre que el año que viene no la cambie de escuela, porque ahí tiene a todas sus amigas, y arruga la frente cada vez que la escucha presentarse como Silvana Bisconti en vez de Silvana Pastorino.


Como su vida social se desarrolla más que nada en los barrios de la zona norte de la ciudad, Maite decide pasar los fines de semana en el departamento de Las Cañitas. Un sábado en que su padre viajó a una quinta con su nueva pareja (una mujer veinte años menor que él) sube a tomar sol con Daniela a la terraza del edificio. A las diez menos cuarto de la noche, cuando ya están las dos bronceadas, bañadas y vestidas, oyen el portero eléctrico.
A Rodrigo y a Juan Cruz, como no tienen auto, les pareció una buena idea invitarlas a cenar a alguno de los restaurantes modernos que hay por el barrio. Pero después de caminar varios minutos, comparando precios y fachadas, terminan comiendo en una parrilla mucho más barata e informal, a media cuadra de la cancha de polo.
A la una de la madrugada, en la cocina del departamento, las chicas huelen la bocanada de humo que les llega desde el balcón. Terminan de preparar las bebidas y, al atravesar el living en penumbras, distinguen las siluetas acodadas en la baranda.
La primera que se anima a fumar es Daniela; aspira, retiene en los pulmones, tose cuatro veces y hace girar la pequeña pipa en el sentido de las agujas del reloj.
–Imaginate que es la de Juancho –le dice riendo a Maite al ver que ella no sabe cómo pitar.
Durante los minutos que siguen, los cuatro miran el bulevar que hay ocho pisos más abajo, la avenida Luis María Campos y las ventanas de los edificios vecinos, y hablan, entre más cosas, sobre la cercanía de Navidad.
–¿Nadie quiere bajar a comprar algo rico? –pregunta en un momento Rodrigo, mojándose los labios con la lengua.
Maite y Juan Cruz bajan en el ascensor, abren la puerta de calle, caminan sin hablar. Cuando vuelven al bulevar con los bolsillos cargados, ella pregunta qué estarán dando por televisión y dice que el hombre que atendía el kiosco parecía francés.
–¿Por qué parecía?
–No sé. Fue silencioso, no dijo casi nada. Pero tenía pinta de francés.


A la noche del día siguiente, Eduardo vuelve de la quinta de mal humor y, cuando ve el desorden que hay en el living, se descarga con su hija.
–Si yo me voy un fin de semana, no es para que vos vengas acá a llenar todo de amiguitos –le dice con mal tono.
Sin responder ni una palabra, Maite mete el cepillo de dientes y sus demás cosas en una mochila. Sale del departamento pegando un portazo y baja en el ascensor. Mientras cruza el bulevar, siente que alguien la mira desde una hamaca pero no se da vuelta.
Camina por Luis María Campos hacia el lado de Plaza Italia, en sentido inverso al de los autos y colectivos que van rumbo al norte. Está muy seria pero al llegar a la esquina de Santa Fe no puede evitar sonreír. Certamen de ajedrez de las Fuerzas Armadas, lee en la parte blanca de una bandera argentina que flamea en la puerta del Regimiento Patricios.
Un rato después, mientras espera el 55 que la llevará a Floresta, a media cuadra de un boliche de música tropical, piensa en la frase que le dirá a Juan Cruz cuando vuelva a verlo. Planea el tono, la cadencia y la velocidad justa de cada una de las palabras, como si estuviera escribiendo una línea de diálogo de su película interna.


–Milicos jugando al ajedrez, insólito, como esquimales tomando sol en el Caribe –le dice a Juan Cruz recién al atardecer del sábado siguiente, después de verlo cuatro días durante la semana, mientras viajan en colectivo por la avenida Álvarez Thomas. Él la mira con una sonrisa, compartiendo tácitamente el sentido de la frase, y señala el ventilador que gira en la ventana de un departamento.
Cuando se desocupa la hilera de asientos del fondo, Maite se muda ahí, espera a que él llegue y, pensando en su nombre, se cruza de piernas.
–¿No te gusta?... En realidad no es una tobillera. Es un collar que le compré a un ciego una vez... Pensé que lo había perdido, con todo el quilombo de la mudanza. Pero lo vi el otro día.
Juan Cruz estira un brazo y mueve hasta su falda uno de los tobillos de Maite. Ella gira sobre su cola, queda acostada a lo largo en los asientos, y desde ahí mira la oreja izquierda de él, los pelos de la patilla, los rulos hasta los hombros, la mitad del círculo rojo estampado en su remera.
Tocan el timbre en una esquina de Monroe, y al bajar en la parada se cruzan de vereda para comprar cigarrillos.
–La otra noche –dice ella abriendo el atado–, cuando volvíamos del kiosco, me pasó algo muy raro que después te voy a contar... No te lo dije antes porque no teníamos confianza.
Caminan dos cuadras y en una esquina, en penumbras porque todavía no se encendieron las luces de los postes, Juan Cruz se para, mira un local vacío y pregunta si antes en ese lugar no había una verdulería.
–Antes. Pero a la vuelta pusieron un súper.
–Acá, estoy casi seguro, una vez me robé una manzana, por una apuesta que había hecho con un amigo. Veníamos de la estación, me parece. Me la puse entre la panza y la remera. El verdulero creo que no me vio. Tenía un delantal blanco todo sucio. Pero cuando me estaba yendo, se me cae al suelo y sin pensarlo la pateo con todo. Le di bien con el empeine y voló hasta ahí, hasta el cantero de ese árbol de allá –cuenta Juan Cruz.
–Punguista, delincuente. Japonés ladrón –le dice Maite sin sonreír, tocándole el centro del pecho por sobre la remera, y mira hacia la vereda de enfrente como buscando la manzana.

Semana

[Saciedad reinando]

¿Qué fue lo que soñé?
Había un pato. O un cisne, un ánade.
–Chau, Esteban.
Al despertar uno no sabe qué pensar. Qué debe sentir, a qué debe prestarle atención. ¿Cuáles son las urgencias?, ¿dónde está lo impostergable?
Alguien ha cubierto de brea mi corteza cerebral. La humedad en el mentón debe ser mi propia saliva. La humedad en la mejilla debe ser un beso. No siento mis pies... pero todavía están ahí. ¿Cómo es posible tanta sequedad después de tanto alcohol? Tengo sueño. Agua, quiero agua. Un cigarrillo por lo menos. Mi cabeza ya no es lo que era ayer. Mi cerebro ha sido galvanizado. Enterrado debajo del desierto de Gobi. Quiero seguir durmiendo, que despierten los demás. Qué bien se duerme con el escroto ligero. Con la saciedad reinando. ¿Es que nadie tiene un cigarrillo? No lo intentes, Tellier, ni siquiera lo pienses. No abras esos ojos. Ya es tarde.
–Chau, Tosca. Hablamos.
¿Una oca, un ganso?
–Sí, sí. Chau. No te quedes todo el día en la cama.
Ya no quedan dudas. Ésa era Tosca. No sólo la apariencia física, sino más bien su sello inimitable en la elaboración de las frases. Pero ya está. La pesadilla queda atrás. Las alimañas del delirio alcohólico se desvanecen y cierran la puerta. Espero que el nuevo portero le abra la puerta de calle. ¿Quién la invitó a quedarse a dormir? Bueno, está bien. Fui yo. Pero estaba borracho, no sabía qué era lo correcto. Además, ¿no hay seguridad en este edificio?, ¿cualquiera puede venir y acostarse con cualquiera? Avis, Avis. Ya te rescataré yo de este antro. Por cierto, ¿quién te pidió que no vinieras? Te perdiste algo grande. Pero ya está. Olvidemos todo y comencemos de nuevo. (¿Un pez?) Pero, antes, un cigarrillo. Sí señor. Un buen cigarrillo para comenzar bien el día. Un cigarrillo que me otorgue lucidez, autonomía. Este mismo cigarrillo. Bien hecho. Una vez más la decisión es correcta. Aunque nos dé un infinito asco. Aunque la saliva se vuelva ciénaga y del pantano brote sangre. Aunque la bifurcación traqueal quede completamente anegada. Aunque la cisura menor se extienda por la totalidad del pulmón, ésta fue la decisión correcta.
Debería ir a trabajar. Ahora. O dentro de un rato. Quizás alguien ya esté en la oficina. Quizás no. ¿Qué hora es?, ¿las ocho y media? Ni siquiera es de día. Terminemos este cigarrillo. Y luego dormiremos. Hagamos un esfuerzo. ¿Era un pato? Eso no es importante. El tema es, ¿el pato hablaba? O, mejor aún, ¿qué dijo ese pato?, ¿qué quiso decir?, ¿qué omitió?

Hidrografia domestica

[Uno]

Me miro los pies. Otro día. Hace una semana que tengo miedo, y que busqué por todas partes. De todas maneras puede tratarse de un error, porque muchas veces me pasa de confundir los sentimientos. Sentir calor y era angustia. Sentir como una opresión en el pecho y era sueño. Por suerte puedo quedarme en la cama a analizar todo esto.
El vivir sola me ha dado madurez, en el medio del bosque, un auténtico vergel. A veces abro la puerta y es un desierto lunar, el frío entra por los poros de mi casa y yo estoy en la cama.
La cama más grande del mundo. Nadie tiene una cama así. Mis padres tienen una cama grande en la que supongo que malamente se aburren y así y todo es chica al lado de la mía. Mis amigos de mi edad tienen camas de juguete, camas para dormir. Unos amigos más grandes tienen camas en todo caso como la de mis padres, pero todos suponemos que se divierten un poco mejor, aunque algunos se la pasan llorando. Quizá es mi influencia. Yo nunca lloro, pero creo que a veces inspiro a llorar.

Mi cama ocupa los veintidós metros cuadrados de mi casa, en una de mis primeras coincidencias de predestinación generadora. Entonces mi casa está hecha para un colchón de dos plazas, tres colchones de una plaza, y un colchón de tamaño indefinido, sábanas, mantas parciales, retazos de acolchados, almohadas y almohadones, todo seguramente robado a mi familia.
En mi casa es ley estar descalza, y mala costumbre andar en piyama. Mi casa está en el fondo del gran jardín de la casa de mis padres, y además del gracioso espacio mullido tengo un baño de fantasía con dos viejas bañeras con patas, como dos Behemots obedientes, paralelos (una historia bastante larga y que favorece a mi padre, aunque después él se haya arrepentido), y vidrios, espejitos de colores, caracolas (maravillas por las cuales una entregaría todas esas inútiles piezas de oro y plata a las fuerzas realistas).
Afuera, mi patio pequeño; después empieza la frondosidad, la anchuria arbolada, la vegetación subtropical, supertropical, y más allá lo de ellos, la parquización, la piletización olímpica. Pero en mi patiecito tengo una parrilla, un anafe y un horno de barro auténtico (nuestro planeta consta de tierras y aguas, los dos elementos base para producir barro), pero clausurado.

Necesito dormir.

Thursday, December 01, 2005

Querida familia

Londres, lunes 21 de julio, correo


Querida familia:

Hoy recibí carta, una carta bien larga por fin. Contento de saberlos bien pero con rabia de que no hayan ido a ninguna parte. Yo con unos diablos bárbaros de ir a los alrededores de Londres y Escocia, pronto me largaré, primero quisiera terminar el bodrio que estoy haciendo. A Irlanda también quiero ir pero me parece que si salgo del país tendré que empezar todos los trámites de nuevo. Voy a averiguar pronto. La carta anterior la recibí hace tres días, la esperaba muchísimo. Quiero recibir la carta atrasada de Madrid, si es que no fue al canasto. Yo escribí hace un tiempo al Consulado de Madrid pidiendo que me mandaran lo que tuvieran y esos asquerosos la mandaron a Buenos Aires. Mamá: me decís que nunca te nombro la posibilidad de tu venida, imaginate es algo tan extraordinario pero difícil al mismo tiempo que ni me animo a considerarlo. Lo mismo siempre que veo algo pienso en lo que les parecería a ustedes y en la necesidad imperiosa de que algún día lo vean. Para vos sobre todo Parma y compañía. Y para papá España, se enloquecerían, revivirían tantas cosas de la familia, esa parte es la más significativa de todo. Hasta se llega a comprender mejor por qué cada uno es como es viendo y estudiando el lugar de donde viene. A mí me quedó el antojo de ver mejor Santander y Orense, qué mal se combinó ese asunto de las direcciones, lo mismo no pierdo las esperanzas de ver eso, especialmente Orense adonde no fui para nada. Por suerte pudiste hablarle a Bebé a tiempo, pronto le escribo. Havelock es flaco con todos los dientes para afuera y la bafa por el ombligo. Más o menos así. Está decaído porque no puede combinar nada con esa vista de la tana Mognani como pronuncia él. Perdonen la letra, me cerraron el correo y estoy escribiendo parado, sobre un libro (“Look Back in Anger” de Osborne, fenómena, creo que la dio M. R. Gallo ¿no? Pobre obra si Alcón hizo Jimmy, el papel más difícil que se pueda imaginar). La de Mognani-Quinn-Franciosa es pasable. Empieza maravillosamente (ella habla en italiano, recién llegada a E. U.) pero después se va al tacho. Merece verse por ella: divina.
Qué bodriazo Marilyn-Olivier ¿no? En la escena de la iglesia tanta boludez me enfermó. Por suerte Marilyn está haciendo una comedia con Billy Wilder, época 1925!!! La de Marlene me gustó pero no me entusiasmó, no le encontré el vuelo de las dos anteriores “Lindbergh” y “Love...”. Estoy deseando saber qué les pareció esta última. Havelock me contó todo el asunto de Sophia-Ponti-Paramount, increíble! Ponti está sin un centavo, las cotizaciones fabulosas de ella son toda una macana y hacen una cinta detrás de la otra para amortizar una deuda fabulosa, la Paramount los está salvando ¿? No es todo oro... Vi un bodrio monumental sobre la vida de Diana Barrymore y otro más grande todavía: la obra con Anne Baxter. Para morirse! Policial, remanyada, ella per despés, seguramente por el fracaso. Termina pronto, aquí cuando las críticas son malas es como en New York, no duran más de dos o tres semanas. Qué coraje la cabezona sale en malla, feto solemne. Me compré un traje el otro día, me arrepentí mucho pero ahora estoy de nuevo conforme. Fui por un saco y pantalón y me insaburí de ése, medio azulado, media estación, corte más americano que inglés, del tipo que usa F. Sinatra, hacía rato que me pirlaba uno así. Me olvidaba de comentarles la situación política!!! Podrá ser bestia suficiente McMillan, no lo puedo ver. Espero que se arregle todo.
Besos

Coco_